Con los pies descalzos

Pequeño prólogo inconsciente: 

Quizás vaya integrando lo que para mí eres a medida que me voy integrando a mí misma. 

A ratos mis piezas quieren desprenderse de mí, a ratos me mezco en este desconcierto y a ratos (te) expiro deteniéndome en el halo de confianza que esto me deja, como quien va tanteando poco a poco si puede sostenerse mientras sigue anclado. A veces la certeza de tal delicadeza, me basta.  

Al otro lado hay un vínculo no forjado que por salvaje me asusta.

Soltar. Soltar y respirar. Soltar y, a ratos, respirarte. Que ese hilo conductor me llueva hacia dentro. Y, si te encuentro, que sea ahí, con los pies descalzos. 

Del miedo al amor:

No es casual no haber sentido previamente este temor a la entrega. Quizás sutilmente intuía que el naufragio, aunque siempre imponente, lo podría capear. Pero este mar tan vivo, tan libre, tan salvaje, tan exento de censuras y libre de imposturas, tan posiblemente desmesurado, ¿cómo me desarticularía en este momento de tanta piel desnuda? Las palabras que se traga el silencio y no me cuento ni a mí misma intuyo que callan que este mar podría engullirme en cualquier momento y arrojarme directa hacia un abismo sobre el que no logro vaticinar de qué manera me podría zarandear. No tengo defensas y soy lo que ves. Ahí conviven mi fortaleza, mi vulnerabilidad y mi miedo. 

Nunca antes había estado tan desnuda ante mí misma ni había sostenido tanta verdad entre mi mirada y lo que realmente soy. Me siento, como Ramón y Cajal microscopio en mano, escrutando mi cuerpo detenidamente, buscando entre los entresijos de mi historia aquellas huellas que me cuenten sobre mí. Y descubro, con sorpresa, que están vivas, tan vivas que con tan solo poner la memoria sobre ellas, como si de portales se trataran, me permiten revivir. Me pregunto qué tan pedregoso y sincero puede llegar a ser este camino.

El caso es que con tanta desnudez y su consecuente vulnerabilidad, ponerme delante de ti hace que me atraviese el vértigo de un fino rayo helado. Quizás también influya en mi resistencia tu naturaleza libre. O quizás la mía. O quizás sea precisamente el hecho de sospechar que dos almas así se pueden comprender y acompañar lo que se convierte en una idea que, por pura y bonita, me asusta. 

Es posible que a ojos de una lectura ajena pueda estar expresándome con la nula claridad que pueden percibir unos ojos cansados de imaginar las líneas que les aguardan bajo unas tapas plegadas sobre sí mismas. Pero la escritura tiene algo de salvavidas y estas líneas no son más que el intento de drenar la extraña -por calmada- intensidad que tu idea, ante mi asombro, me atraviesa de una manera tan pausada y dulce. 

No niego que a veces asome inesperadamente el tiento de salir corriendo. Otras, como las aguas subterráneas que se van abriendo camino, me dejo llevar por la inercia de un movimiento que pareciera nacer desde dentro, sólido pero suave, directo pero delicado, sin asperezas, como una mecha que baña de calidez la incertidumbre. 

Así te estoy viviendo: Cierra los ojos e imagina ser por un instante esa hoja que al desprenderse detiene el reloj para convertir el tiempo en baile y, mecida por el viento, se contonea libre en su rendición a la primavera, confiando en el desordenado orden de la vida y en lo infalible de la tierra. 

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