El vértigo y la nada

La lluvia brotaba vehemente mientras se nutría del polvo que le arrebata a sus enormes alas blancas.
Una angustia marchita le apretaba hasta asfixiar. Y la reconocía, claro que la reconocía. No se trataba de una visita nueva. Por eso quería salir corriendo a ninguna parte, gritar. Gritar para salir volando tras su propio alarido fusionándose con el aire para acabar abarcándolo todo convirtiéndose en nada.
Eso era lo que ansiaba: Ser nada. Ser el viento que se pasea sin aferrarse a ningún momento y a ningún lugar. Ansiaba ser, pero sobre todo ansiaba estar. Ansiaba entregarse al presente sin querer retenerlo. Sin miedo a que se marchase. Sin pena porque se hubiera marchado ya.

Abrí los ojos y mis pies aún no tocaban el suelo.
Un último rayo de luz hacía un intento fatigado por resquebrajar mi hielo antes de ocultarse. El viento golpeaba con fuerza los cristales mientras el frío que se colaba por la ranurita que separaba la puerta del suelo me penetraba hasta el alma intentando escapar después por mi garganta pero ahí se acumulaba para atravesarme de nuevo una vez más.
Pensaba que mis ojos se irían acostumbrando a la penumbra, al adiós de aquella luz. Que poco a poco iría descubriendo las formas que me rodeaban según se fuese desvaneciendo mi miedo y me dejase encontrar por la calma.
Pensaba que en algún rincón de la noche encontraría el extremo de aquella madeja en la que no se distinguían los sueños que son historias de las historias que son sueños. La desenvolvería poco a poco procurándola todo el cariño que cabía en mi vacío y luego me enredaría entre sus trenzas al abrigo de la propia hoguera que ardía en mis adentros. Sí. Con eso me bastaba. Con el calor que yo misma albergaba. Pero avanzaba la noche y no hallaba la manera de entregármelo. Ni siquiera lograba distinguir las formas ni lograba encontrar aquel maldito extremo.
Mi cuerpo era un campo de batalla dominado por una imaginación delirante donde imperaba el abatimiento de la lucha infausta que no termina de aceptar que a veces los sueños no son más que sueños.
Me sentía desorientada, aturdida, cansada.

Hoy también hubiera deseado vivir entre el cielo y el mar, mucho mas allá de la línea donde ambos se funden.
Hoy también hubiera salido volando de mi propio cuerpo para dejarme caer a un vacío infinito donde el vértigo muestra un nuevo concepto del tiempo.
Hoy también recordaba que un instante no existe si no dejamos de ser quien somos para convertirnos en él.

Encontré una manta y me acurruqué en un rinconcito haciéndome pequeña, buscando el recuerdo de algo tan sincero como lejano. Algo tan verdadero que sacudiese el viento despertando un huracán enardecido que me envolviese en el centro de su ánima y me arrastrase con él.


Cerré los ojos

y escuché su respiración.
Y sólo pude desaparecer en ella.
Y entonces volví a abarcarlo todo para acabar convirtiéndome en nada.

2 respuestas a “El vértigo y la nada

  1. evaristosinn enero 18, 2017 / 5:23 am

    El párrafo entero del «Hoy también…» me parece genial. Los demás también, pero ese me ha dejado boquiabierto

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